domingo, 5 de septiembre de 2010

Reproducimos las palabras del Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera Carrera ente la declaración de constitucionalidad de la Suprema Corte de Justicia de la Nación con relación a las uniones entre personas del mismo sexo

•Domingo, 08 de agosto de 2010

«Entonces éste exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada”. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Cfr. Gen 2,23-24).

Estas palabras, tomadas del libro del Génesis, nos colocan de frente al designio de Dios que creó la humanidad en la diferencia y complementariedad del hombre y la mujer. Es, pues, el primer himno de amor pronunciado hacia la mujer en el que se reconoce la igualdad y la diversidad, la identidad y la unidad; es el reconocerse dos y uno a la vez, simbolizando un contexto de alianza, de unión esponsal.

La comunión entre el hombre y la mujer, efectuada en el amor conyugal, lleva la realización del hacerse «una sola carne», que permite, incluso, hacerse otra carne. En efecto, la generación de los hijos revela que es carne de la madre y carne del padre, exaltando con ello que la unión matrimonial es unidad fecunda porque se acoge la diferencia y se reconoce la diversidad en el amor auténtico y no egoísta (Cfr. Gen 1,27-28).

La doctrina cristiana del matrimonio, que hunde sus raíces en el libro del Génesis, aporta los presupuestos fundamentales para la comprensión adecuada del hombre y de la mujer, cuyos cuerpos poseen su «significado nupcial», que desafortunadamente a causa del pecado, de perversas ideologías modernas, es ensombrecido, manipulado y degenerado.

Por eso, ante el aberrante juicio de constitucionalidad que avala la inmoral reforma de ley que permite las uniones entre personas del mismo sexo -abusivamente llamado matrimonio-, por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Iglesia no puede dejar de llamar mal al mal. Las uniones de facto o legaloides de personas del mismo sexo son intrínsecamente inmorales, pues contradicen el proyecto divino, desvirtúan la naturaleza del matrimonio elevado por Cristo a la dignidad de sacramento (cfr. Mt 19,3-9). Tal actividad inmoral jamás podrá ser equivalente a la expresión sexual del amor conyugal, pues pone en peligro la dignidad y los derechos de la familia que constituyen el bien común de la sociedad. Las injusticias cometidas contra las personas homosexuales nunca serán una justificación para conceder falsos derechos que, por si fuera poco, afectarán a niños inocentes, a quienes se les negará el derecho de tener un padre y una madre para su adecuado desarrollo moral y psico-afectivo.

En mi deber, como Pastor de la Arquidiócesis Primada de México, hacer un llamado al Pueblo de Dios, a que dé muestras de bondad y misericordia hacia las personas homosexuales, teniendo claro el ejemplo del mismo Señor que no vino para condenar sino para salvar: «Él fue intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas» (Humanae Vitae, 29). Si bien estamos llamados a ser respetuosos de las leyes civiles, tenemos el deber moral de no hacer vanos los mandamientos de Dios y evitar caer en permisivismos que lesionan los principios fundamentales de nuestra fe y el valor precioso de la familia, hoy tan atacada y banalizada como si hubiera la intención perversa de intereses oscuros por destruirla y con ello orillar a nuestro país, herido por la violencia y la descomposición social, a su ruina.

Que la aprobación absurda de esta ley, que podrá ser legal pero nunca moral, nos permita ser conscientes del valor inigualable de la familia, «fundamento de la vida y del amor»; y a la vez, sea la ocasión para continuar elevando nuestras oraciones a Dios por nuestros gobernantes, para que a ejemplo de Santo Tomás Moro, sepan servir no al poder, sino al supremo ideal de justicia, tutelando la familia, el derecho a la vida desde su gestación hasta su fin natural, la dignidad de la persona, la justicia social y la paz para nuestro atribulado país.

Que la ley de Cristo, mandamiento del amor, sea la ley suprema de nuestros corazones, que nos libre del poder del Maligno presente en la violencia exacerbada que inicia con la eliminación de los más desprotegidos en el vientre de sus propias madres, y que se multiplica en el crimen organizado y en legislaciones inmorales que sirven como su instrumento, y que María Santísima de Guadalupe nos proteja con su maternal amor y salve a nuestra nación. + Norberto Cardenal. Rivera C. Arzobispo Primado de México

3 comentarios:

  1. Por un México coherente5 de septiembre de 2010, 17:12

    Totalmente de acuerdo con el Cardenal Rivera, aunque ya es noticia vieja, no deja de ser inquietante, creo que todos debemos unirnos para concientizar a las personas que nos son cercanas porque pueden declararse contitucionales todas las leyes que los magistrados de la SCJN pero con valores morales adecuados y sanos no prosperarán esos intentos de erosionar a la sociedad mexicana.

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  2. Comparto la opinión del Cardenal, ya que si bien es cierto todos tenemos los mismos derechos y obligaciones en este país, también lo es que debemos tener al mismo tiempo valores morales, y sobre todo defender a la FAMILIA, célula importante de cualquier nación.

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  3. De acuerdo con los que escribieron los comentarios anteriores y con el Cardenal, pero la homosexualidad es también una condición humana, pienso que tienen derechos igual que cualquier otro ser humano y pueden unirse a otro ser humano si lo desea e inclusive hacer legal esa union para proteger esos derechos, pero derecho a tener hijos no lo tienen porque la propia naturaleza no les otorgó esa facultad de la procreación al menos no con la persona que eligieron como pareja, por eso no se debió autorizar la adopción.

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